Y van tres
Soy un convencido de las bondades de la Wii de Nintendo desde que la probé por primera vez a finales de verano. Su forma de juego representa para mí una aproximación mucho mayor a lo que serán las consolas de nueva generación que la que pueda aportar la alta definición o los procesadores de varios núcleos. No voy a enumerar ahora las características de unas u otras, pero si voy a comentar algo que me tiene tremendamente intranquilo (incluso temeroso).
Quitando las invitaciones de prensa, he podido disfrutar de la Wii tan sólo en tres ocasiones y los resultados son, al menos eso creo, preocupantes. La primera vez jugué durante toda una tarde en casa de Mr. GadgetoBlog y al día siguiente aparecieron las famosas “aWiijetas” (término acuñado por PixelyDixel). La segunda tarde, una semana después, vi como una invitada arreaba un raquetazo virtual a una buena amiga en pleno fragor del partido, un auténtico ‘directo’, sólo que como he comentado, estábamos jugando al tenis, no al boxeo; resultado un buen moratón. Pero la tercera vez fue la más escalofriante. Durante un decisivo lanzamiento de bolos rocé el mando con la rodilla de mi contrincante y al soltarse se rompió la cuerda. Se me heló la sangre mientras oía como ‘algo’ parecía romperse y esparcirse por el salón. Creía que eso sólo le pasaba a otros pero no, ocurre de verdad a cualquiera. Tras comprobar donde habían ido a parar las diferentes partes del mando, no sin antes confirmar que el televisor estaba intacto, pude respirar tranquilo y volver a jugar pero eso sí, con mucho más cuidado.
Estos juegos me gustan, ya que sin querer haces un ejercicio espectacular, el problema son los viciados en juegos que no les va a dar para mantener ese ritmo, pero por lo menos no se van a quedar aletargados y con los dedos con callos.